LEYENDAS DEL URBANISMO SALVAJE EN EL ALJARAFE

José Ignacio Artillo

VIII

El naturalista en el dolmen de cartón piedra

 

Un Naturalista recorría cada mañana los campos, buscando en las veredas yerbas y plantas que sirvieran para sanar los males de la gente del pueblo. A veces los niños seguían su figura, tan delgada que parecía salida de la niebla, y le cantaban canciones que a él le hacían sonreír. Él les contaba historias de la tierra, de los caracoles y del sol. Un día salió a buscar hinojo, y espinacas. Empezó a llover, y se estaba calando tanto que buscó refugio en un dolmen artificial que acababan de construir. Fuera tronaba, y hasta los pájaros se quedaron en silencio. Se llevó tres días y tres noches lloviendo sin descanso, y el agua corría por los cerros, como si hubieran venido los ríos a visitarnos.

El Naturalista no se movió del dolmen, y se sintió tan cómodo en su interior, que decidió quedarse allí, a vivir para siempre. Aquel dolmen parecía una de esas estaciones de tren al final de una cadena montañosa o al borde del mar que no tiene continuidad, una estación final de trayecto. Estaba cansado y viejo, esa edad en que se aceptan con humildad el poder simbólico de las cosas.

Las paredes del dolmen eran de cartón piedra, y de pladul. Un espacio liviano y confortable. Un día puso visillos de flores estampadas, como si abriera una ventana. Sabía lo que era fuera, lo que era dentro. En sus alrededores solo había una explanada de hormigón, y un cartel que decía “Parque temático dolménico del calcolítico”. Nunca venía nadie. Solo los gatos. Al amanecer, recorre los cerros cercanos, para coger plantas y lagartos, antes de que desaparezcan. Siempre se detiene en un cerro, junto a un ciprés. Desde lejos parece otro ciprés, tan alto y tan estirado, sumido en sus pensamientos. Hay quien dice que cuando llega la hora de volver, le salen plumas y que regresa volando. Pero yo nunca he visto eso. A partir de mediodía se refugia en el interior del dolmen, y prepara una sopa de col y come naranjas de la China.

Para el naturalista todo estaba casi perfecto en su quietud, hasta que un día, su vida se vio alterada por la voz de un charlatán que llegó hasta la explanada en que estaba el dolmen. El charlatán colocó una tela rosa en el suelo y sobre ella su chistera, y empezó a llamar a la gente. A la voz de “ali, hop...” sacaba del sombrero, como un torrente, maquetas de edificios prodigiosos, lámparas maravillosas, azulejos con un sol pintado y otros objetos inservibles, y prometía cosas que nadie necesita. Antes de irse, se anima y dice: “ Mírenlo, todo esto es magia salida del poder de la palabra... No me dejen solo, vengan otros días y verán obras mayores...” Desde aquel día, con cierta regularidad, el charlatán aparecía en la explanada, preparaba sus trucos y cuando llegaba el público, los repetía. Incluso llegó a decir que el dolmen era su mejor obra. Al Naturalista, le molestaba aquella presencia, aunque era como si vivieran en hemisferios distintos, uno era liso y claro, dominado por la exactitud; el otro estaba averiado en su incontinencia, como una cisterna. Un día, con el cuchillo y el tenedor preparados y la servilleta anudada al cuello, se asomó el charlatán a la boca del dolmen y se encontraron; se miraron como enfadados, antes de que cada uno siguiera su propio camino, para nunca más encontrarse. En los viejos tiempos, con una vara de fresno, podría hacer que un charlatán solo dijera palabras verdaderas, y luego se contaba el prodigio en las plazas de los pueblos. Pero todo ha cambiado, y hasta los fresnos de la ribera del Guadiamar languidecen enfermos.

Desde entonces solo sale cuando está seguro de que nadie lo va a ver. En las noches de verano, se escucha al viejo naturalista escribir signos en las paredes del dolmen y dibujar plantas y especies que están en vías de extinción, y son beneficiosas para nosotros. Alguien encontrará estos dibujos cuando pasen cientos de años.

Si no fuera por él, en el dolmen solo habría arañas, tendiendo sus redes entre las farolas y los árboles oscuros.

Aljarafe, marzo 2007

VIII El naturalista en el dolmen de cartón piedra (formato pdf, para descargar)

© El relato es del autor José Ignacio Artillo.

La foto es un fograma del video "El dolmen del caramelo" de Valencina Habitable