LEYENDAS DEL URBANISMO SALVAJE EN EL ALJARAFE

José Ignacio Artillo

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El manijero del Híper

Hay dudas del lugar en que sucedió esta historia, pero parece que está centrada en el área de Castilleja, Bormujos, Tomares, San Juan. Había un manijero que desde zagal fue al campo con su abuelo y su padre. Era muy observador, y, con rapidez, lo aprendió todo de ellos; así que, con el tiempo, con solo ver un olivo, era como si viera un rostro en el que reconocía su historia y las heridas del alma. Si es que los olivos tienen alma, que es algo que nadie sabe... Además de su conocimiento de los árboles y sus frutos, también tenía don de gentes; por lo que pronto fue manijero: era preciso en sus órdenes, sabía elegir los tiempos, repartía bromas y traía melones los viernes de Octubre, para calmar la sed; y cerveza, el último Viernes de mes, para alegrar la vida del tajo.

Con el tiempo, todo el término municipal fue vendido, estacá a estacá, para construir viviendas, y todos los olivos fueron talados, en nombre del desarrollo económico. Se quedó sin trabajo, y los responsables políticos, le prometieron que tendría empleo, uno mejor y más cómodo. Se acabó el campo, le decían. Ha llegado el progreso para todos. Después de verse con un responsable de recursos humanos de un hipermercado que se acababa de instalar en la zona, le dieron un modesto puesto como encargado de reposiciones en el híper. A su vida le habían dado la vuelta como a un calcetín. El primer día con su bata blanca de grandes botones de plástico, le dieron un vehículo con el que se desplazaba con gravedad, trayendo y llevando yogures y latas de conservas, en medio de la luz blanca y aquel olor inconfundible y algo agrio.

Al principio todo parecía ir bien. Era cumplidor, aunque algo callado. Pero pronto empezó a malhumorarse, y a hablar solo. Sus jefes le exigían mucho y daban órdenes con palabras que no entendía bien. Quizás la luz fluorescente, tan blanca, hacía que el trato no fuera el de los campos. Esto es una multinacional, aquí hay que espabilar, que los otros aprietan, le decía su jefe, un joven pulcro y aseado que olía requetebién.

Una mañana del mes de Noviembre, llegó antes del amanecer y esperó en la puerta a que le abrieran. Se oía el viento silbando que venía desde los campos, de muy lejos, y como a través de una ventana desvencijada penetraba en su cuerpo, y hacía y deshacía las formas de su corazón, como si fueran dunas. Hacía frío. En algún sitio era tiempo de marojar. No sabemos cuando se enciende el interruptor que nos devuelve la luz de un gesto olvidado. Pero así sucedió. Cuando entró, se paseó por los pasillos, analizando la situación, y con un hacha, con precisión de marojador, fue cortando de forma delicada los brazos de todos los maniquíes de la sección de ropa, las ramas de todas las plantas de la sección de floristería, y las del primer árbol de una adelantada Navidad. Sus movimientos eran sencillos y naturales; como nacidos del reclamo secreto del ciclo de las cosas. Después lo apiló todo, junto a la sección de congelados, les prendió fuego , abrió 10 melones con etiqueta de Mauritania para ofrecérselos a sus compañeros, y se fue calentando las manos. Un trago de aguardiente y al tajo que el sol se va pronto, decía a quienes se acercaban y le miraban atónitos, sin saber qué hacer. Sus ojos estaban serenos, con la quietud de un cumplimiento; y solo había señal de algo raro, en el extravío y el desorden de quienes miraban la escena.

Hoy hizo todo lo que debía hacer.

Al anochecer todos volverían a sus casas y comentarían lo sucedido.

El cielo estuvo oscuro todo el día. Soplaba viento del Oeste, no dejó de soplar en algún lugar sobre los campos de olivos.

Aljarafe, marzo 2007

X El manijero del híper (formato pdf, para descargar)

© El relato es del autor José Ignacio Artillo.