La Verea,

un recorrido por el rio Pudio,

por José Manuel Tallafet

A cualquier bormujero que se le preguntara ¿de qué se va a hablar en la charla?, seguro que respondería: de la “Verea”, que es como aquí conocemos a La Cañada Real de las Islas.


Los bormujeros siempre hemos tenido querencia hacía esa parte de nuestro término que hasta no mucho fue la parte más bronca y silvestre de nuestro entorno más inmediato.


Para varias generaciones de bormujeros, hablar de la ”Verea” les haría volver a visualizar imágenes pretéritas, imágenes que fueron y que desgraciadamente ya no son:

Echemos, por un momento, la vista atrás. Cuesta abajo de la Caseta del Peón Caminero, horizonte amplio y abierto. Bajamos hacia el arroyo del Sequillo, sombrajo de Parrao y mato del Pingo, quien con su hija Bernarda, por módico precio, abastecía de cañas para cordel de ropa al barrio de Maklica. Por cierto, las cañas más gordas y derechas del mundo.


Pequeña cuesta del Tejar, viñas y frutales viejos, al cuído de Andrés el “Triburcio”. Ya Panadero abajo, nos recibía el viejo álamo blanco del Pontón, testigo de las idas y venidas de Juan el de la Liebre y su burra blanca. Álamo con sus raíces bebiendo del Arroyo del Molino, el Repudio de los papeles y escrituras. “El rivu putito” Rio podrido, por la existencia en él de manantiales de aguas sulfurosas, Marmoj, de donde parece viene el antiguo nombre de Marmojos.


A Finales de los sesenta, un rumor recorrió, en minutos, todo el pueblo: “En la Verea ha salió un volcán”. La tierra se abrió formando un agujero por donde, durante horas, surgieron gases a presión. Algunos propietarios, por unos días, soñaron con el petróleo.

Pues bien; estamos en ” La Verea “ Durante años, según cuentan, cruce de cabreros, vaqueros y yegüerizos, por un lado, y, por otro, delantales y moñas de flores silvestre llevados por bormujeras que a finales de los 40 y albores de los 50 pasaban hacia el almacén de aceitunas de Valencinilla del Hoyo; camino que hacían andando tanto a la ida como a la vuelta.


“Verea”, Rocío Chico de antaño; hacia la derecha, pozo y sombrajo de Lucas y Emilia la Gasparina; hoy Venta el Garrote. Parada, carretas de Gines y canto de carne con tomates para todo niño que lo pidiera. Lecciones Rocieras en Corazones grandes de Ginetos viejos.

Hacia la izquierda, Chalé del Rocío Chico con la pileta para el ganado que señalaba la linde del dominio público, hoy, ni es público el dominio ni la pileta.


A finales de los sesenta fue muy comentada la siguiente anécdota: Un jinete, que hacía el camino con Triana, bajó del caballo en la “Verea” y lo ató de las bridas a un alambre de espino de los que rodeaba la finca de cierto vecino del pueblo que, por aquellos años, era teniente alcalde de nuestro Ayuntamiento. El vecino, al percatarse de la situación, recriminó la acción al caballista; quien en tono serio y desafiante le contestó : “ Mire usté, er caballo está en su sitio, quien no está en su sitio son los alambres, como usté bien sabe ¿ Arguna cosa má? Y el, “por la Gracia de Dios”, político local, blanco como la pared, y sin decir ni pio, volvió a perderse entre los olivos.


Al poco de esta finca, en la intersección de “La Verea” y el caño de Valencinilla, amplio ensanche de esta con la presencia de eucaliptos viejos de gran porte, donde sesteaba Triana; precioso descansadero natural, con su arroyuelo de aguas claras, que la ambición sin límites de los de siempre destruyeron para ocupar la tierra de todos. No hace mucho aún se podía ver algún tronco a medio quemar.


Justo enfrente, donde desemboca en el Repudio el Caño de Valencinilla, vado de paso hacia el camino del “Molino Colorao” y lugar de baño para la chiquillería . Chiquillería de ojos “espaventaos” ante la presencia y cercanía de los “amascos hinchones” de la arbolea de Joaquinito. Donde quiera que hubiese un “amasco” cargado en semi-sazón había un bormujerito preparado para el asalto.


Aquí, las aguas eran limpias, con la presencia de una especie de camarones, multitud de ranas, galápagos, ratas de agua, polluelas, culebrillas etc. La sed se apagaba con el agua que bajaba por el susodicho Caño de Valencinilla.


“Verea” ancha, muy ancha, de hinojales enormes, de pitacales, de desaparecido tomillo y espino majoleto, espino, que según contaban los antiguos, se podían injertar en peral.

“Verea” de carrascas y de las superfamosas y silvestres alcachofas de alcauciles, alcachofas que más de uno vendía, al resto de la chavalería, en el pueblo. Había que cogerlas, como todas las alcachofas, antes de que guapearan con su inconfundible flor morada.

“Verea” de espacios abiertos y silenciosos, de campesinos en busca de la juncia para amarrar sus lechugas y silleros buscando las eneas para los culos de las sillas.


“Verea” de manantiales con palo hincado y lata boca abajo donde bebían campesinos, vaqueros y cabreros. Playas de Torreblanca y del Pinar de Rubito, granadas y gamboas tan exageradas como las ganas de trincarlas. Álamos viejos y llegada al conocido como “Puente Romano”.

Puente, que dicen no ser realmente romano, bueno, será así; pero que por allí ha pasao más de uno con caballo blanco, coraza ,capa y cepillo colorao en la cabeza, que fueron vistos por los ojos de la imaginación de muchos de nosotros. Así que… ¿Quo vadis matasueños?

Este es el Puente donde llegaría nuestro camino del Solano si no fuese engullido por, el también nuestro, arroyo de la Peregrina, que desemboca en los mismos estribos del puente. Así mismo, puente por donde cruza la “Verea” el Cordel de Triana a Villamanrique de la Condesa; La “Verea” vieja para los mayores de entonces.


Este puente, que debajo tenía un pequeño tubo de hierro de donde surgía agua de manantial, es límite de tres términos. Se dice que del puente: Un cuarto es de Bormujos, otro de Mairena y dos cuartos, la mitad, de Bollullos. En el confluían los ríos de cabras, vacas y ovejas venidos de Mairena y Bormujos. De este puente se sabe que fue restaurado en tiempos de Carlos III y que ha sobrevivido a todos los vados de hormigón que se han hecho a su lado. Es obra singular de nuestro entorno.

A partir de aquí, siguiendo la corriente y al poco de seguir andando, empezaba a oírse un rumor ronco, rumor que desde el camino se veía provenía de un gran círculo formado por cañas y árboles de rivera. Rumor de cascada de agua que se derramaba gradas abajo de un Azud o Azuda que se dice árabe y que nosotros siempre conocimos como “La Zúa”.

“La Zúa”, aunque algunos de nuestros ilustraos, de los que llaman a las encinas “Arbelloteros que echan arbellotas” quieran castellanizarle el nombre y darnos una lección de “cultura” de bote a siglos de bormujerio. Señores, “La zúa”, aquello, en bormujero, se conoce como “ La Zúa”.


“La Zúa” fue la “piscina”, sin polideportivo, de generaciones de bormujeros y maireneros que la compartíamos. Redondel de aguas profundas y frías cubiertas de lentejas de agua, rodeada de cañas y límite del ascenso de las anguilas que hasta aquí llegaban desde el Guadalquivir. Joaquín el de la Oña, “pescaó” de Coria y a principios de los setenta, sacó con sus nasas algunas como el brazo. Este que les habla fue testigo de la puesta de la red trampa.


Media mañana andando, un par de horas de baño y regreso muertos de hambre y con los calzoncillos en la cabeza, que se fueran secando bien para que las madres no descubrieran de dónde veníamos, de lo contrario, en algunos casos, la bormujera llamaba a la babucha culera e intentaba convencernos para que no fuéramos más. Hambre y calzoncillos, que por aquellos entonces lo de los bocatas y los bañadores… como que no.


A partir de “La Zúa” el cauce del Repudio se hacía casi tres veces más ancho. A unos cien metros había una gran piedra convexa, casi cubierta por una enorme y sempiterna mata de juncos, y que, al parecer, servía para canalizar el agua con algún motivo.


Aquí, y a su derecha, la “Verea” lindaba con un denso pinar salpicado de acebuches y encinas y con un arroyuelo, que cruzando la “Verea”, llegaba al Repudio. Este pinar era conocido como el pinar de Torreblanca. Para los chiquillos de entonces, aquello era “La fin der mundo”. Aún hoy, pueden verse algunos restos de arbolado refugio de pequeñas rapaces.

Bueno; así de amplia, bella y generosa era nuestra “Verea”, La Cañada Real de las Islas. Cañada de dominio público que habrá que recuperar, de forma generosa, sin pedir a nadie que pague por el “usufructo” sin concesión de tantos años.

Niño Viejo.