LEYENDAS DEL URBANISMO SALVAJE EN EL ALJARAFE

José Ignacio Artillo

II

El alcalde y las ondas de telefonía móvil

Una mañana de Primavera, un alcalde, al mirarse al espejo, se llevó una gran sorpresa. Su cara estaba algo borrosa, como si hubiera perdido carne, algo líquida, como piélagos o alas o membranas de insecto. En días sucesivos, cada amanecer daba un paso más: se estaba volviendo más transparente, como si mudara la piel y la nueva fuera segregada, hilo a hilo, desde el interior de su conciencia. No sabía en qué acabaría todo. Cualquier cálculo aritmético para explicar algo que se sale de su norma, arrastra con él otro montón de posibilidades.

Como podéis suponer, desde entonces, nada en su vida era normal, y cada pleno era un vodevil. La piel finísima, como de film, al trasluz dejaba ver todo lo que era por dentro, así como el devenir de sus pensamientos, que eran como grumos de densidad variable. De esa forma los asistentes a los plenos podían ver y comparar el interés real que le provocaba cada tema que se trataba; y exclamaban oh, ah cuando veían ascender o descender los pensamientos más allá de la crisálida de su frente. Había gente que incluso se apostaba cada día, al atardecer, a la salida del ayuntamiento, para contemplar los efectos de la luz del sol al pasar por su cuerpo. La conciencia es algo borroso, hasta que sale fuera, como una naranja.

Pasado un tiempo, ese efecto provocó un cambio en su naturaleza más profunda, extendiéndose por secretos caminos desde su cuerpo a su alma, y a su ánimo; así , buscaba denonadamente la transparencia en todos sus actos, gustando de la claridad y lo diáfano. Fue tomado por loco, cuando una mañana se presentó en el Ayuntamiento y retiró el PGOU y los convenios que con anterioridad había aprobado con prisas y sin mucha información. Reunió a sus técnicos , y dijo que habría que desandar los pasos dados, y que, a partir de ahora, todo gesto habría de ser la expresión de la máxima transparencia. Muchos de sus funcionarios de confianza se trasladaron de ayuntamiento. Y sus colegas de otras corporaciones le hicieron el vacío: no soportaban tanta desnudez.

Aquella transparencia le había dado un aspecto leve y delicado, había perdido automatismos al moverse. Ladeaba la cabeza cuando los otros hablaban y su presencia parecía un chorro breve que iba y se ausentaba, moviendo las manos con discreción, como si descorriera cortinas. Por aquel tiempo, aquel pueblo tenía en su término una gran aglomeración de antenas de telefonía móvil, y todos sospechaban que eran sus ondas las que provocaban aquella metamorfosis. Hasta vinieron unos científicos con aparatos muy raros que hacían piiiiii, cuando lo acercaban al alcalde; y después contaron en un congreso que aquellas consecuencias de la telefonía móvil sería definitiva para el futuro de la la gestión municipal. A los demás vecinos del pueblo, las ondas nos provocaban enfermedades raras, del cuerpo y del alma, o hacía que nos doliera la cabeza más de la cuenta, o nos alteraba el sueño, provocando vigilias saturadas de gallinas y animales fantásticos.

Una tarde el alcalde se asomó a un cerro, desde el que se veía toda la región. Parecía que las casas grises, y las masas de hormigón avanzaran cada vez con más rapidez, como lo hacen las tormentas de Invierno, que vienen de la sierra descargando relámpagos y algo de tristeza. Entonces sintió una pesadez, algo tan incomprensible y oscuro en su corazón , que no podría contarlo. Se quedó de pie, empujado por el viento, mirando los patos que cruzaban el cielo hacia las salinas del Sur, y parecía que en cualquier momento saldría volando arrastrado por ellos, en busca de la plena claridad, como una cometa reluciente de nailon y seda.


Aljarafe, marzo 2007

II El alcalde y las ondas de telefonía móvil (formato pdf, para descargar)

© El relato es del autor José Ignacio Artillo.

La foto está tomada en Valencina de la Concepción y es de ADTA