LEYENDAS DEL URBANISMO SALVAJE EN EL ALJARAFE

José Ignacio Artillo

V

La historia de amor de la casa de la ermita

Una noche se conocieron en el bar del pueblo. A él le gustaban los chunguitos. Siempre estaba solo en un rincón, sin moverse, con el gintonic en la mano, y se balanceaba rítmicamente de lado a lado, cuando ya de madrugada le ponían los chunguitos. Ella apareció sola, a altas horas, cuando él había bebido bastante. También le gustaban los chunguitos, y teminaron bailando juntos. Al amanecer la acompañó, campo a través donde ella le guiaba, “ al pueblo de al lado”. Cruzaron entre los olivos abrazados, oyendo las lechuzas y mochuelos, y llevados por un camino de estrellas. Vivía en la casa vieja con un farol en el quicio, frente a la ermita del Rosario. Antes de llegar metieron los pies en un arroyo, y dijeron Buenas noches a varios corrillos de casa puerta, desde las que mujeres y hombres les miraban. Después se besaron, ella le dio una foto suya y le prometió que al Viernes siguiente volvería al pub, para encontrarse con él.

Estuvo toda la semana inquieto y cuando llegó el Viernes se puso su mejor chupa de cuero. Y la esperó. Cada vez que se abría la puerta miraba impaciente. Pero pasaron las horas y ella no apareció. Tampoco lo hizo al Viernes siguiente, ni al otro. Cuentan que él la esperó todos los Viernes de un año. No sé: a él le parecieron muchos. Al final, un día, cuando cerraron el Pub, se sentó aturdido en el borde de la acera y tras un momento de duda, decidió ir a buscarla al pueblo de al lado. Cruzó el pueblo e intentó ir en la misma dirección en que fue con ella; pero era imposible: habían desaparecido el campo y el bosque de olivares. O quizás nunca estuvieron, y el amor había dejado en él la ilusión de un camino más hermoso. Dudaba a cada paso, como si se hubiera quedado dormido durante mucho tiempo y olvidara todo lo que conocía. Su búsqueda duró semanas. El pueblo con su arroyo para meter los pies, sus tertulias en la casa puerta y sus Buenas noches, parecía haber levantado el vuelo y una ciudad nueva había caído sobre nosotros.

Al final encontró la ermita con un cartel grande que rezaba: “Este inmueble ha sido adquirido por el ayuntamiento. Un pueblo milenario.” La calle entera había sido echada abajo, y se construían bloques de pisos. No se veía a nadie. Solo una anciana que barría la acera. Podría preguntarle enseñándole la foto, y quizás ella le dijera que esa era su nieta que murió hace años. Entonces, esta sería una historia de fantasmas, de un hombre que se enamoró del fantasma de una chica que murió joven, y visita los pubs del pueblo el primer Viernes de cada mes. Pero todo es más previsible. El pueblo ha sido borrado del mapa en un santiamén, y ella se ha ido lejos con su secreto. Tan rápido se borran los pueblos , que no da tiempo a asomarse a una barandilla y decir adiós. No dejan rastro de lo que eran; salvo las postales antiguas. Ahora es difícil ir detrás, y preguntar en todos lados si vieron pasar un pueblo, con sus calles de casas blancas y con una chica tan bonita.

Ah, sí! Claro que él sabe que con el tiempo esta calle que ahora construyen a toda prisa, tendrá también su Domingo con cielo azul, su hilera de pisos, su gato en los tejados, sus tiendas cerradas con candados, su anciana arrastrando los pies, y su chica que los Viernes visitará los pubs para bailar. Los edificios relucirán en Primavera, pero algo en este mundo brillante, parecerá viejo.

Se guardó la foto y regresó, lentamente, como un río confundido que fluye hacia atrás. Mientras camina, la puesta de sol ilumina suavemente los objetos abandonados en un vertedero.


Aljarafe, marzo 2007

V La historia de amor de la casa de la ermita (formato pdf, para descargar)

© El relato es del autor José Ignacio Artillo.

La foto está tomada en Bormujos y es de ADTA