LEYENDAS DEL URBANISMO SALVAJE EN EL ALJARAFE

José Ignacio Artillo

XII

El zorro domesticado de Montijo

En la vertiente Norte de los cerros del Aljarafe abundaban las eras y las huertas. A veces los zorros descendían buscando agua o comida, desde la sierra, campo a través, y eran vistos por los vecinos como presencias fatuas que cruzaban los campos. Un hombre, ya mayor, tenía allí un terreno, una pequeña era con un corral con gallinas y una huerta con tomates o patatas sembradas, según la época. Era su entretenimiento, y allí se entregaba a la paz que nos da el cumplimiento de los ciclos de la vida.

Una tarde, estando sentado; vio llegar un zorro. Olisqueó el aire, dio una vuelta alrededor del corral, y los dos se quedaron mirando, el uno al otro, a prudente distancia y sin hacer movimientos extraños. Al día siguiente, a la misma hora, el zorro repitió la operación, y así durante varios días. Otra tarde, el hombre le puso una lata con leche y pan duro desmigado. Era un zorro viejo. El zorro comía con una pata levantada y sin dejar de mirar de reojo. Así se repitió durante todo el verano. Se hacían compañía.

Al llegar el Otoño, todas las tierras de la zona se vendieron o se expropiaron, para hacer 864 viviendas. También aquella era. En poco tiempo se hicieron las calles, se colocó el alumbrado y las conexiones de alcantarillado. Todo estaba dispuesto. Sin la huerta y su corral, el hombre se refugió en su casa, salía poco, y cuando lo hacía, huía de los grupos de personas que charlaban en los portales, y se quedaba mirando a los árboles y a los niños, que jugaban en las plazas. Utilizaba para vivir aquello que le rodeaba y estaba al alcance de la mano; la ventana de su casa, el cigarrillo entre los dedos, la lluvia y los pájaros, el café en la vieja taza de latón. Así es como perduraba la vida, en las pequeñas cosas. De vez en cuando llegaban al pueblo noticias de zorros desorientados y hambrientos que se atrevían a cruzar el pueblo; e incluso contaron que uno había entrado en la Casa de la Cultura, con el consiguiente jolgorio de los niños y el natural miedo de los artistas.. Cuando escuchaba aquellas historias, él se acordaba del zorro de la era.

Una noche de Invierno el viento bate las ventanas de madera. Le parece oír gemidos en la puerta. Se acerca lentamente, porque le duelen las rodillas, y abre. El zorro está allí. Lo mira por un momento, y le habla. El zorro le lame la mano y como si conociera la casa desde siempre, entra y se tumba junto al brasero. El hombre le prepara leche y pan desmigado. Al día siguiente salen a pasear por el pueblo. Deja el tazón vacío, la cuchara sobre la mesa, y el día pasa, y cae la tarde sobre el tazón vacío, en la casa vacía, mientras la lluvia de otro tiempo llama a la puerta, y ellos se mojan, como los sauces, y se acompañan en silencio, en un banco de la plaza .

Aljarafe, marzo 2007

XII El zorro domesticado de Montijo (formato pdf, para descargar)

© El relato es del autor José Ignacio Artillo.