LEYENDAS DEL URBANISMO SALVAJE EN EL ALJARAFE

José Ignacio Artillo

XV

El sueño de Al - Xaraf

Una mujer soñó con una región tan hermosa, que decidió recorrer la tierra para buscarla. A todos los que encontraba les iba preguntando. Si había alguien subido a una escalera arreglando las farolas de la calle, o metido bajo un coche, les decía: “ Habéis visto la región que he perdido...?” Cuando les contaba como era, todos contestaban, ah, sí esa debe ser Al-Xaraf, y la iban guiando a lo largo de los caminos.

En algún momento de su vida, no sé si joven o ya vieja, llegó hasta allí, y abrió mucho los ojos; pero no vio nada que se pareciera a lo que había soñado. Los habitantes de aquella región vivían un mundo en continuo movimiento y construcción. Se despertaban cada mañana y salían con pesadez de sus sábanas de hilo, se lavaban con jabones recién abiertos, bostezaban y tomaban la leche de sus frigoríficos. Y , cuando iban al trabajo o llevan a los niños al colegio, siempre encontraban el mismo paisaje a su paso: albañiles y obreros que nunca se detienen, que traen y llevan carrillos de mano, manejan enormes grúas, colocan estructuras metálicas, andamios, vigas, pilares, esqueletos de alambre, o que vigilaban los giros de las hormigoneras, que a ella le parecían planetas fijos y ruidosos.

Como las abejas en su labor incesante, aquellos pueblos no hacían más que construirse una y otra vez, y en su actividad llevaban a rastras a todos sus habitantes; a los niños con sus patinetes, a los ancianos con las rodillas doloridas, a las mujeres que regresan cansadas, a los sonámbulos, a los músicos, a los comerciantes; incluso a los perros callejeros. Como, si al detenerse, algo definitivo para sus vidas, pudiera morir.

La mujer preguntó a uno de aquellos obreros, que, con un casco azul, oteaba el horizonte desde el último piso de una casa en obras : “ Eh, hacia donde os dirigís…? Qué plano es el que seguís, que no os detenéis nunca…?”. Sin dejar de mirar a la lejanía, le contestó que no sabía. “Buscamos un Bien del que nos han hablado y que otros ya conocen. Hemos oído hablar de otros pueblos en el Norte, en el Sur, en el Este y en el Oeste que se dirigen hacia nosotros con sus casas y sus moles de edificios, ocupando los campos intermedios con sus banderas de colores… Todos buscamos lo mismo. Vamos a unirnos con ellos, llenando todo vacío, hasta alcanzar ese misterioso Bien. No podemos dejar de crecer, antes de que lleguen los malos tiempos”. Un Bien así debe ser como un pan gigantesco, o un frutero que siempre derrama frutas, o un tesoro inagotable enterrado bajo tierra, pensó la mujer.

Otro día, no sé si en otro tiempo, la mujer vio llegar a un mensajero. Traía noticias de los otros pueblos. “ En algún lugar ya han llegado al límite de la región, y no encontraron nada. Habían cubierto toda la tierra disponible, ocuparon los ríos y las lomas de los cerros, y después han crecido con sus bloques de piso hacia lo alto, como si el Bien viniera de los cielos. Pero nada. No han hallado ni rastro. Hay muchos que regresan, y se extiende el rumor de que el Bien que buscamos está enterrado en el corazón del lugar del que partimos.”

Los obreros se quedaron quietos, con el gesto grave. Por un momento dejaron de cavar y horadar la tierra. Las noticias se propagaron, y los habitantes del pueblo se fueron acercando, formando corrillos. Entonces un albañil comenzó a dar golpes con su pico sobre un muro de una nave, tan fuerte como para matar un mamut. Es más difícil deshacer algo; pero se consigue. Abrió en el muro un agujero, como una ventana. Y a través de ella se vieron los campos y la tierra blanca, como algo inesperado. Otros empezaron a imitarlo. Picaban un techo y aparecía el cielo azul, un ave migratoria o la copa verde de los olivos. Cada vez que algo aparece, celebraban una fiesta, y los paisajes, y los pozos blancos, y los caminos, iban quedando relucientes al sol, como los objetos de una alacena, recién sacados y limpios.

Con naturalidad y entusiasmo los habitantes se unieron a aquella demolición y se fueron organizando. Aparecieron los que sabían donde había que cavar, para encontrar los antiguos cauces de los arroyos y los ríos. Eran los que señalaban y nombraban los lugares; mientras otros levantaban los planos. Algunos habitantes, con el pelo y la ropa blancos por el polvo, iban recogiendo escombros y apartándolos.

Muchos tenían dudas. Quien es capaz de reducir una aglomeración de ladrillo así a una región, recuperar todo lo que había en aquella parcela, hasta que vuelva a ser una cabeza de alfiler llena de vida sobre la tierra…? Hacía falta una fuerza prodigiosa. Como para arrancar un árbol de cuajo, con raíces y todo.

La mujer, se puso manos a la obra, uniéndose a aquella actividad desmesurada. Parecía que aquello que todos buscaban, y la región de su sueño, eran la misma cosa. Y que, procedente del otro lado del tiempo y de la memoria, empujaba y horadaba, con la luz, la materia que lo cubría, hasta aparecer ante nuestros ojos.

Desde entonces no dejan de cavar. Derriban muros, abren vanos, recuperan la amplitud de los campos y el vacío necesario para que la vida retorne. Para que vuelvan las aves, los ríos y los árboles. Saben que está ahí, bajo sus pies, sobre sus cabezas, en el horizonte. Y solo tienen que abrirle paso.


Aljarafe, marzo 2007

XV El sueño de Al - Xaraf (formato pdf, para descargar)

© El relato es del autor José Ignacio Artillo.